Revista CSDI / Tercera edición - agosto 2023
El ABC de sentirse estresado:
“Burnout”
- Julio 31, 2023

La reflexión que presentamos busca relacionar una categoría proveniente de las ciencias de la salud mental (el “síndrome de Burnout”) con el desgaste a que están expuestos los pastores de la Iglesia Presbiteriana de Chile en el desarrollo de su Ministerio.

Katherine Rubilar Roa
Médico psiquiatra Universidad de Chile, miembro de la Primera Iglesia Presbiteriana de Santiago.

En 1974 Herbert J. Freudenberger, psicólogo estadounidense, observó que muchos de sus compañeros, que trabajaban en tratamiento de adicciones, compartían diversos síntomas luego de algunos años de trabajo. 

Situaciones como pérdida progresiva de energía, de motivación, ansiedad, tristeza, irritabilidad y falta de empatía con los pacientes, fueron los cuadros más recurrentes. A este conjunto de síntomas, derivados del estrés laboral crónico que implica el trabajar con personas con dificultades se le llamó “Síndrome de Burnout” o “del trabajador quemado”.

El “burnout” se trataría, entonces, de una respuesta al estrés laboral crónico integrado por actitudes y sentimientos negativos hacia las personas con las que se trabaja y hacia el propio rol profesional, y que se caracteriza por un agotamiento vital.

Esta categoría clínica no es reconocida como una patología o trastorno común según los actuales manuales de criterios diagnósticos de psiquiatría, pero sí, como una consecuencia que ocurre en un porcentaje importante de trabajadores dedicados a actividades de servicio, como: médicos, enfermeras, profesores, trabajadores sociales, terapeutas en general.

¿Cómo se manifiesta?

En el Síndrome del “Burnout” se identifican 3 componentes:

1. Cansancio o agotamiento emocional: pérdida progresiva de energía, desgaste, fatiga.

2. Despersonalización: construcción, por parte del sujeto, de una defensa para protegerse de los sentimientos de impotencia, indefinición y frustración que se ve reflejado en apatía o indiferencia frente al dolor del otro.

3. Abandono de la realización personal: el trabajo pierde el valor que tenía para el sujeto.

Dichos componentes se presentan de forma insidiosa, paulatina, cíclica y pueden repetirse a lo largo del tiempo, de modo que una persona puede experimentar los tres componentes varias veces en diferentes épocas de su vida y en el mismo o en otro trabajo.

«El Síndrome del “Burnout” puede identificarse por el “abandono de la realización personal” lo que implica que el trabajo pierde el valor que tenía para el sujeto».

Existen varios tipos de manifestaciones que podemos considerar como signos de alarma o en ocasiones como parte ya del cuadro clínico en sí, tales como: negación, aislamiento, ansiedad, miedo o temor, depresión (siendo uno de los más frecuentes en este síndrome y uno de los síntomas más peligrosos ya que puede llevar al suicidio), ira, adicciones, cambios de personalidad, culpabilidad y autoinmolación, cargas excesivas de trabajo.

También se puede presentar como cambios en los hábitos de higiene y aseo personal, cambios en el patrón de alimentación, con pérdida o ganancia de peso exagerada, pérdida de la memoria y desorganización, dificultad para concentrarse y puede haber trastornos del sueño.

Panorama general 

Como señalamos anteriormente, este síndrome está asociado a labores profesionales relacionadas con el cuidado o tratamiento de terceras personas, grupo del cual forman parte pastores o líderes de las iglesias, lo que resulta especialmente preocupante por las dificultades que puede tener para desarrollar un crecimiento saludable en la vida en comunidad.

El Instituto Schaeffer de Desarrollo del Liderazgo realizó durante 2015 y 2016 diversos estudios sobre la vida de los ministros de la Palabra, con un universo de 8.150 participantes. El estudio incluyó a aquellos identificados como evangélicos o reformados, ministros seleccionados al azar de más de 20 países alrededor del mundo.

Los resultados arrojan luz sobre el tema y son suficientemente categóricos como para tenerlos en cuenta al considerar la situación de nuestras iglesias: del total de encuestados, un 54% manifestó tener exceso de trabajo; un 43% señaló estar “demasiado estresado”, (se trata por cierto de un porcentaje mucho más alto que el estimado 3-4% de la población mundial), un 26% señaló sentirse fatigado, un 28% se reconoce desnutrido espiritualmente y un 9% se siente ya en “burnout”.

El 52% de los pastores sienten que no pueden cumplir con las expectativas poco realistas de su iglesia. Un 23% expresó que está distanciado de su familia por causa del ministerio.

Finalmente, un 58% de los pastores manifestó sentir que no tiene buenos y verdaderos amigos.

Estas preocupantes estadísticas de referencia, deben ser consideradas tanto por los pastores, como por los miembros de una iglesia, a fin de buscar la forma de prevenir o ayudar a los líderes que pasan por periodos difíciles.

«Uno de los aspectos más tristes, y de riesgo, que me ha tocado constatar es que la mayor parte de las veces los pastores viven estas situaciones en soledad abriendo la puerta a un “burnout”».

Nuestra IPCh

Durante la última década, he tenido la oportunidad de interactuar en distintas instancias con pastores, tanto de la Iglesia Presbiteriana de Chile como de otras denominaciones. En función de mis actividades profesionales, me ha correspondido realizar capacitaciones, atender en conjunto a hermanos de la iglesia con dificultades emocionales, atender a algunos en mi rol de psiquiatra y también compartir con algunos de ellos junto a sus familias.

En estas instancias he sido testigo que los pastores no están exentos de padecer situaciones similares a las del resto de las personas (trastornos mentales, dificultades de comunicación y en las relaciones interpersonales; estar expuestos a estrés crónico debido a los problemas personales, familiares, laborales, intra e inter eclesiásticos, etc). Todo ello es concordante con nuestra convicción de encontrarnos en un mundo caído.

La situación concreta de los pastores en la IPCh tiene algunas características propias al compararla con el panorama general de las iglesias protestantes.

– En general, los ministros presentan estudios teológicos de nivel universitario y en algunos casos de postgrado;

– Luego de la evaluación de su vocación pastoral, comienzan muy jóvenes a ejercer su ministerio pastoral/laboral, la mayoría de las veces a tiempo completo;

– Esta etapa puede coincidir con el inicio de su matrimonio o con la crianza de sus primeros hijos.

– Pueden no tener experiencias de gobernabilidad de iglesias anteriores y asociado a esto, un nivel de autoexigencia, exigencia familiar y congregacional (en muchos casos) que va desde lo administrativo, político, económico (sueldos limitados), intelectual, de madurez espiritual, capacidad de adaptación, etc. Todo lo cual sobrepasa grandemente a las exigencias que tiene que enfrentar la mayoría de las personas al momento de ingresar por primera vez al campo laboral.

– Los pastores que ya están en otra etapa van adquiriendo experiencia, deben hacerse cargo de sus propias debilidades y conocer lo doloroso del pecado y sufrimiento de muchas personas, sin a veces tener la habilidad para manejarlo y luego superarlo.

– No es exageración reconocer que están expuestos a críticas descarnadas, se les puede cuestionar sus niveles de ingreso, se puede juzgar en ocasiones el comportamiento de su familia y las decisiones que toma, pueden no ser apoyados en las iniciativas de servicio o enseñanza para realizar la obra de Dios y se espera un nivel de eficiencia y disposición de tiempo desmedido.

Si bien estas situaciones podrían justificarse apelando al llamado que han recibido, cabe preguntarse por la responsabilidad del resto de la iglesia al exponer a los pastores a estos niveles de exigencia.

Uno de los aspectos más tristes y riesgosos que me ha tocado constatar en las labores ya mencionadas, es que la mayor parte de las veces los pastores viven estas situaciones en soledad y con estoicismo, abriendo la puerta a que efectivamente se desarrolle un “burnout”, se desaten crisis familiares, se produzcan engaños del enemigo y en ocasiones resentimientos, dudas vocacionales, quiebres matrimoniales, crisis de fe, etc.

Es innegable que en otros contextos eclesiásticos el pastor puede estar en otro extremo, logrando un estatus diferente. Lamentablemente, en algunas ocasiones es un “monarca” una persona que no es cuestionada, lo que se transforma en otros lastres nocivos para la iglesia, como el abuso espiritual, el aprovechamiento económico y otros vicios que en nada glorifican al Señor, pero en el contexto presbiteriano lo que me ha tocado ver es soledad, vulnerabilidad escondida y dolor frente a congregaciones que quizá sin conciencia hieren, exigen, juzgan.

Creo no exagerar si señalo que la comparación tiene tintes caricaturescos. Por una parte, congregaciones con malos líderes, enseñoreados de una grey compuesta en su mayor parte por feligreses ingenuos y sometidos; y, por la otra, congregaciones con pastores honestos, pero que deben lidiar con iglesias desconfiadas, rebeldes e indolentes.

Sabemos que la realidad consta de muchos matices, y los hijos de Dios participamos de la triple condición de ser santos, sufrientes y pecadores. El punto es que las caricaturas nos ayudan a darnos cuenta, a buscar la verdad particular de la iglesia y tomar medidas para que nuestros pastores no caigan en estados que afecten su relación con Dios, su salud, su familia, su trabajo, la iglesia y la comunidad.

El Señor es soberano y sin duda en su plan está el crecimiento de sus obreros a través del dolor, pero creo que hay aspectos que deberían considerar los pastores para estar mejor preparados al enfrentar los desafíos del ministerio.

A modo de ejemplo:

  1. Cultivar a diario una relación profunda con el Señor en oración y lectura de la palabra,
  2. Cultivar periódicamente su relación matrimonial, buscando intimidad, crecimiento espiritual y placer mutuo,
  3. Cultivar periódicamente una relación con los hijos más allá del rol formativo,
  4. Cuidar su salud física: controles médicos al día, buena alimentación y actividad física,
  5. Ser discipulado: tener algún mentor que periódicamente esté al tanto de sus dificultades emocionales, familiares, tentaciones, dolores, que sea apoyado en la oración y/o en lo que fuere necesario para su crecimiento y salud espiritual,
  6. Contar con una red de hermanos de los cuales puedan recibir asesorías en diversos temas legales, financieros, de salud mental, etc. Tanto para responder inquietudes personales, como para ayudar a orientar a los hermanos de la congregación,
  7. Crear vínculos fraternales y filiales dentro de la iglesia.

En resumen, tener espacios seguros donde puedan mostrarse vulnerables, sentirse apoyados, instruidos, corregidos y amados.

«Hay aspectos que deberían considerar los pastores para estar mejor preparados al enfrentar los desafíos del ministerio. Por ejemplo, crear vínculos fraternales y filiales dentro de la iglesia».

Al margen de lo anterior, parece necesario reflexionar acerca de cómo podemos contribuir a evitar algunas dificultades, actuando guiados por el amor fraterno. A modo de ejemplo: cada iglesia local podría considerar tener a lo menos otro pastor o líder contratado para formar un equipo pastoral con tiempo protegido; establecer algún tipo de indemnización por algún tiempo para los pastores a los cuales no se les renueve su contrato; establecer apoyo económico para ciertas situaciones que vivan debido a su desempeño laboral para recibir ayuda profesional si es necesario; establecer un flujograma de solicitud de reajuste salarial cuando las necesidades familiares aumenten.

Finalmente, respecto de la iglesia, debiéramos recordar las palabras del apóstol Pablo en 1 Tes.5:12-13: “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros”.

Tenemos el deber de orar, apoyar, agradecer, y exhortar en amor y con respeto a estos hermanos que en obediencia al Señor, y para nuestro beneficio, han decidido asumir el reto de dedicarse a una de las actividades más difíciles y necesarias en este mundo caído: la edificación de la iglesia de Cristo por la cual deberán rendir cuenta.

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