Contextualizar la iglesia no significa readecuar sus propósitos a los estándares y exigencias de la sociedad. Sino todo lo contrario. La iglesia es significativa desde el momento en que sus miembros entienden que su llamado misional es la de continuar la obra de Dios en este mundo.
Rev. Rolando Zapata R.
Pastor de IPCh Las Lomas, Concepción – Tesorero de la CSDI
Dentro de la lista de definiciones que se han incorporado a nuestro lenguaje cristiano está el concepto de iglesia misional. Y aunque lo “misional” pareciera funcionar como un adjetivo, o agregado, lo cierto es que al utilizarlo estamos enfatizando una característica intrínseca de ella.
Lo misional es lo que mueve a una iglesia, le da coherencia y sentido al cuerpo. De tal manera, que el objetivo de una iglesia misional es el de restaurar todas las cosas, llevándolas a la santa y benéfica forma y propósitos que Dios, en su Voluntad, ha procurado ejecutar en nosotros por medio de ella.
En este sentido, la cruz de Cristo es la mayor evidencia del Señor por remitirnos al diseño original de la creación, y que por medio de su sacrificio nos indica cómo debiera desarrollarse.
En esta reflexión explicaré lo que es una iglesia misional, de acuerdo a 1° Pedro 2, 9: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido, para que anuncien las virtudes de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable”.
A partir de este texto podemos visualizar que el Señor es un Dios que está en misión. Y que su iglesia, rescatada por Cristo, está llamada a integrarse a esa misión, asumiéndola, reconociéndola y viviéndola como suya.
1 – Una iglesia misional entiende su llamado
Pedro inicia este versículo remitiéndonos a una figura muy particular del Antiguo Testamento. En aquel entonces los sacerdotes eran los encargados de “hacer el puente” entre el pueblo y Dios. Ellos recibían las ofrendas y los sacrificios de las manos del pueblo de Israel y las presentaban al Señor de manera de reconciliarse y de vivir en comunión con Él.
Pedro dice que somos “reino de sacerdotes”. Todos y cada uno de los que somos parte de su nación debemos desarrollar el sacerdocio, de manera de ser el puente que lleve al pecador ante el Señor por medio del evangelio, con Cristo.
No obstante, hay iglesias que viven para sí mismas. Hay comunidades que se satisfacen con saber que el Señor un día los sacará de este mundo de tinieblas y los llevará al cielo. Ellos se olvidaron de la oración de Jesús en Juan 17:15: “No ruego que los quites del mundo sino que los guardes del maligno”. El Señor no pidió al Padre que nos quitara del mundo. Todo lo contrario, la voluntad de Cristo fue pedirle a Dios a que permaneciéramos aquí llevando una vida conforme a su palabra, preservados de los ataques del maligno.
Debemos entender, entonces, que nuestra vocación es sacerdotal. Por cuanto hemos sido llamados por Dios tenemos la misión primeramente de cumplir su voluntad; como también, el de vivir y mostrar al mundo el diseño santo que Él tiene para cada área de nuestras vidas.
Somos llamados a ser sacerdotes para construir puentes entre este mundo caído y nuestro Redentor. Somos un reino de sacerdotes que anhelan presentar al mundo al Creador, Redentor y Señor, que es nuestro Salvador Jesucristo.
2 – Una iglesia misional es sensible al entorno
Esta es una consecuencia de lo que se considera en el punto anterior. ¿Cómo construiré puentes si no sé cuáles caminos están rotos?
No se trata de observar el entorno y ver qué pecados se cometen para luego declararlos abiertamente en un sermón. Esto pareciera ser una tentación para las iglesias en el sentido de que podemos caer fácilmente en el legalismo. El punto es que, a veces, solemos entregar un mensaje relevante para una sola área de la vida, haciéndonos la pregunta equivocada.
Sin embargo, el pecado siempre trae sus consecuencias y sabemos que sus miserias no están sectorizadas o unidas a las condicionantes que gatillan nuestras carencias y necesidades. Sabemos que todo ser humano lejos de Dios está bajo la influencia del pecado, viviendo las miserias que esa condición conlleva. Por tanto, nuestra sensibilidad y trabajo en nuestro entorno conlleva conocer el diseño de Dios para nuestras vidas en sus distintas esferas. ¿Qué elementos trajo el pecado que distorsionaron la vida en este lugar?
Si no ampliamos nuestra visión más allá de las esferas material y social, no tendremos muchas opciones, pues nuestras iglesias tampoco cuentan con tantos recursos para solucionar esas problemáticas.
El centro de nuestra atención debe enfocarse en el diseño de Dios. Hay matrimonios que por estar lejos de Él viven los efectos de estar apartados de su voluntad. Hay padres que sufren por sostener relaciones quebrantadas con sus hijos. Hay personas deprimidas, enfermas, solitarias, desesperanzadas y perdidas. Y eso en todos los sectores de una ciudad.
Debemos hacer esa lectura de nuestro entorno, pero también debemos saber qué decirles, qué mostrarles y qué enseñarles. Y para ello debemos mostrarle que en el Señor hay una vida distinta, armoniosa y abundante. Si no lo hacemos, no entendemos cuál es el rol de la iglesia, su misión y su razón de ser. Nos transformamos en un club social, con un discurso meramente religioso, desprovisto de vida.
3 – Una iglesia misional discípula a las personas de su entorno
El gran esfuerzo que debemos hacer es entender que el Señor nos llama a seguir su obra en este mundo. Y que estamos llamados, congregados y conformados como una nación separada, pero con una misión específica a cumplir.
Para desarrollar dicha misión es necesario tener sensibilidad y objetivos para implementarla. Si Dios nos plantó en este sector, ¿cuál es el rol de nuestra iglesia aquí? y ¿cómo llevo a cabo la misión en este lugar?
Esto nos lleva a un proceso de vida que se llama discipulado. Cuando leemos la Gran Comisión en Mateo 28, nos damos cuenta que el llamado es a “hacer discípulos”. ¿Cómo sé que lo estoy logrando? Cuando el discípulo sigue al maestro.
Somos discípulos de Jesús cuando estamos viviendo y andando como él anduvo (1 Juan 2.6). Sabemos que estamos discipulando cuando vemos que las personas están siguiendo a Jesús y eso se ve reflejado en sus vidas.
Hay ocasiones en que la iglesia funde la teología con el discipulado. Piensa que discipular es entregar enseñanza, conceptos y doctrina. Aunque van unidos, no son lo mismo. La teología, como todas las demás disciplinas, buscan conocer la voluntad del Señor y su carácter, pero esto no significa que lo estemos siguiendo. Conocer de Jesús es distinto a seguirle.
Para romper esta brecha como iglesia misional debemos ser capaces de vivir y mostrar cómo todos aquellos principios, doctrinas y conocimientos se están reflejando en el matrimonio, en la crianza de hijos, en el consumo, en el trato con la creación.
Puede que nos conformemos en tener grandes discursos y una verdadera ortodoxia, pero debemos cuidar en tener también la correspondiente ortopraxis.
Por lo tanto, ser una iglesia misional es ser la iglesia que el Señor diseñó que fuéramos, nada más que eso. No es una decisión dentro de un programa o de una planificación. Es ser obedientes con lo que nos fue confiado, es asumir nuestra real vocación en un mundo que tanto necesita ver, en nosotros, la luz y la vida que hay en Cristo.
Ser una iglesia misional es responder con fidelidad al llamado de Dios, es reconocer que el Señor es quien sigue trabajando, es Él quien está reconciliando este mundo a través de Cristo. Somos los portadores del privilegio de construir esos puentes, enseñando y discipulando a las personas para que vivamos conforme a su Santa Voluntad hasta que Él venga y restaure todo, según su querer y poder.
¡Que el Señor nos ayude a ser una iglesia misional!