El Pastor Manuel Covarrubias ha dejado una huella profunda e imborrable en la Iglesia Presbiteriana de Chile (IPCH) y en la comunidad evangélica en general. Su reciente partida no solo representa la pérdida de un líder entregado, sino también de un padre, esposo y amigo que vivió su fe con inquebrantable convicción.
Un Padre y abuelo que Amaba de Maneras Únicas
Cecilia recuerda a su padre, cariñosamente apodado «Quito», como un hombre que amaba «de maneras poco convencionales», pero profundamente significativas. «Era un papá extremadamente cuidador», señala. Aunque sus habilidades domésticas podían ser limitadas —«sus limonadas eran malas y sus desayunos escasos, muy ahorrativo en cuanto a comida, nada se perdía»— siempre estuvo presente en cada momento importante de la vida de sus hijas. Fue quien le enseñó torpemente matemáticas, y apoyó en su deseo de estudiar música, presente siempre en cada presentación de piano.
Paola lo recuerda como un verdadero héroe, un hombre de inteligencia y rectitud excepcionales, de quien decía en el colegio cuando niña: «mi papá todo lo sabe», expresa con cariño. Aunque su vida estaba profundamente ligada a la iglesia, se aseguró en la familia de transmitir a sus hijas valores como la lealtad, la rectitud y el respeto por la libertad de conciencia. «Nos enseñó a trabajar con excelencia e integridad, a hacer las cosas bien para que nadie tenga nada que reprocharte», añade Paola.
Ambas hermanas coinciden en que el pastor Manuel tenía un sentido del deber muy arraigado, lo que lo hacía un hombre estricto en la educación y en la vida familiar. «Imposible dormir hasta más allá de las 8 de la mañana», recuerda Cecilia, quien también destaca que su padre era exigente en aspectos cotidianos, como hablar y comer correctamente o vestirse adecuadamente. Aun así, su amor era innegable, aunque poco expresivo en lo físico: «Nos pedía que lo besáramos, esa era su manera de darnos cariño», comenta Cecilia. Ambas coinciden que con su padre tuvieron, «compañerismo y complicidad en la cotidianidad», Paola lo describe presente también en asuntos de estudio, como «estudiar derecho político juntos» o en conversación más profunda sobre temas difíciles de la vida, o sobre filosofía, siempre a la Luz de la Escritura. Cecilia, por su parte, destaca la dedicación de su padre a estudiar permanente en su oficina, aunque advierte que nunca lo sintió como un deseo de no estar con ellas «solo tenía que estudiar en su oficina».
Para los cinco nietos del Pastor Manuel Covarrubias, Catalina, Rosario, Diego, Florencia y Fernanda, su figura no solo fue la de un líder espiritual, sino la de un abuelo profundamente querido y admirado. Paola comenta que fue objeto de muchas entrevistas estudiantiles para tareas de sus hijas en su colegio de The Grange School, «era un personaje importante a entrevistar», y se contaban sus hazañas y legado en la vida cívica chilena. Cecilia recuerda como sus hijos pasaban largas horas conversando con él por teléfono, pese a la distancia, el «Tata siempre presente para saber cómo estaban». Durante sus temporadas de veraneo en Marbella era habitual verlo caminar con sus 5 nietos, extensos kilómetros, bañarse en el mar con ellos y, conversar largas sobremesas, sobre política, historia, internet y ciencia, que sin duda dejaron una huella imborrable en sus vidas. Al referirse a él, los nietos lo hacen con profundo orgullo, «ese hombre serio, estricto y solemne, que en el calor del hogar, simplemente era su “tata”», cercano y lleno de sabiduría.
Un Ministerio Marcado por la Excelencia y el Compromiso
El pastor Manuel Covarrubias fue un líder que se caracterizó por su entrega total a la obra de Dios. Su vocación lo llevó a liderar en momentos complejos y desafiantes, como cuando tuvo que trasladarse a Santiago para asumir el rol de Moderador del Sínodo de la Iglesia Presbiteriana de Chile, dejando atrás su vida en Concepción. Frente a las preocupaciones de su congregación, respondió con humildad: «Soy un peón de la iglesia, donde me manden, ahí voy». Este lema definió su vida, siempre dispuesto a servir sin importar las dificultades.
Cecilia subraya que su padre fue un pastor que predicaba con el ejemplo, exigiendo siempre excelencia en todo lo que hacía. Para el pastor Manuel, el servicio a Dios debía ser impecable, tanto en los pequeños detalles como en las grandes responsabilidades. Su devoción se extendía a todos los aspectos de su ministerio: desde liderar a jóvenes y niños, hasta participar activamente en la lucha por el reconocimiento de las iglesias evangélicas en Chile. «Líder de niños, de quienes tenía especial cuidado en hablarles de Dios en su idioma», menciona Cecilia, destacando su capacidad de vincularse con todas las generaciones.
Paola destaca que su padre fue un hombre que se mantuvo fiel a sus ideales y convicciones, pero siempre con la capacidad de dialogar e integrar a quienes pensaban o eran diferentes a él. Este rasgo fue clave para su liderazgo, ya que, aunque como todo líder tenía oponentes, supo respetarlos y escucharlos con humildad. Ante todo, su prioridad fue siempre la iglesia, demostrando un espíritu dialogante y tolerante, a pesar de la firmeza de sus creencias. «Fue un pastor que animaba a los jóvenes a estudiar», recuerda Paola, lo que evidencia su preocupación por la formación académica y espiritual de las nuevas generaciones, no sólo en la iglesia presbiteriana sino también en iglesias pentecostales, quienes hasta hoy lo recuerdan con mucho cariño y gratitud.
La Lucha por el Reconocimiento de las Iglesias Evangélicas
Una de las contribuciones más significativas de Manuel Covarrubias fue su participación en la dictación de la Ley de Culto en Chile, un hito que marcó un antes y un después en el reconocimiento de las iglesias evangélicas en el país. Paola lo describe como «un incansable luchador por la libertad de conciencia e igualdad de culto». Junto a figuras como el pastor Francisco Anabalón, la pastora Juana Albornoz y el abogado Juan Alberto Rabah, trabajó arduamente para garantizar que el mundo evangélico tuviera los mismos derechos que la Iglesia Católica o cualquier expresión religiosa en Chile.
Este esfuerzo también fue clave para la instauración del feriado por el Día Nacional de las Iglesias Evangélicas y Protestantes, un feriado que, aunque no fue originalmente del agrado del pastor Manuel, ya que prefería que los cristianos evangélicos siguieran trabajando, representa un logro significativo en la visibilidad de la comunidad evangélica. Por otro lado, también tuvo una importante participación en el Consejo para la Igualdad, designado por la ex Presidenta Michelle Bachelet.
Un Pastor incansable y comprometido
Para el pastor Covarrubias, predicar el evangelio era no solo su trabajo, sino su razón de vivir. «Donde quiera que fuera, siempre predicaba a Jesucristo resucitado», dice Paola, quien admite que a veces su pasión lo hacía parecer reiterativo. Su incansable dedicación lo llevó a plantar iglesias en lugares desafiantes, como Chiguayante, y a crear espacios para que los niños pobres de su congregación tuvieran un lugar para crecer y recrearse. A pesar de las dificultades financieras, adquirió terrenos para la iglesia y trabajó en iniciativas como la compra de «El Cardal» en Yungay, un lugar que se convertiría en un refugio para varias generaciones.
Tanto Cecilia como Paola también recuerdan con humor cómo su padre reciclaba incluso las partes más pequeñas de las bolsas de té, demostrando que ningún recurso, por pequeño que fuera, debía ser desperdiciado cuando se trataba del servicio a Dios. «Hace unos 40 años atrás lo recuerdo que iba en su Zastava a las casas de los hermanos a buscar papeles y cartones. Hacía tremenda gestión de reciclaje y la plata era para la iglesia» nos cuenta Paola.
Un Legado que Perdura
El legado del Pastor Manuel Covarrubias es amplio y profundo. Sus hijas coinciden en que su mayor herencia es la educación y la formación de una iglesia que busca la excelencia en todo lo que hace. «Mi papá siempre motivó a las personas a estudiar, a ser pensantes y a tener opinión», comenta Cecilia. Su lucha por un seminario de calidad y por la formación de líderes preparados sigue siendo un referente para la IPCH y otras comunidades cristianas.
Además de su contribución en el ámbito educativo y pastoral, también dejó una huella personal en cada joven que tuvo la oportunidad de guiar. Aunque no todos permanecen en la iglesia, muchos lo recuerdan con gratitud y respeto por las enseñanzas y valores que les inculcó.
Un Mensaje a las Nuevas Generaciones
Si el Pastor Manuel Covarrubias pudiera hablar hoy a las nuevas generaciones de líderes cristianos, sus palabras serían claras y directas: «Servimos, amamos y predicamos a un Cristo resucitado» aseguran sus hijas. Para él, esa era la esencia de la vida cristiana. Cecilia destaca que también habría insistido en la importancia de la educación, la entrega total al servicio de Dios, el reconocimiento de nuestra pecaminosidad y la excelencia en todo lo que hacemos. Y Paola concluye, «hacer las cosas bien, de manera correcta, servir a los pobres y más necesitados, respetar la libertad de conciencia, trabajar duro como se debe, ser los mejores donde quiera que se esté, y nunca insultar ni hablar mal del prójimo ni aún de tu enemigo».
El Pastor Manuel Covarrubias vivió para su Señor, y su vida es un testimonio de humildad, compromiso y amor. Hoy, su legado sigue vivo en la Iglesia Presbiteriana de Chile y en los corazones de aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo y aprender de su ejemplo.