Se dice que Jan Huss desde muy pequeño demostró fervor religioso y vocación por el sacerdocio. Siendo muy joven obtuvo su licenciatura, maestría y doctorado en teología. Y no solo eso. Fue ordenado en 1401, predicó en la Capilla de Belén de Praga y, a la vez, se desempeñó como decano de la facultad de filosofía en Praga.
El tiempo que le tocó vivir fue de inmoralidad. El sacerdocio de la Iglesia católica estaba sumido en malas prácticas éticas y morales, que lo llevaron a denunciar al arzobispo, y de recibir, en consecuencia, la prohibición de predicar, lo que en la práctica no ocurrió.
Tras la reactivación de la venta de indulgencias, autorizada por el papa Juan XXIII, sucesor del papa Alejandro V, Huss endureció su postura. Teniendo como apoyo a las Sagradas Escrituras, argumentó que el pueblo checo estaba siendo explotado a causa de las indulgencias papales.
La fuerte alianza del arzobispado de Bohemia con el rey de Checoslovaquia, Wenceslao, hizo que Huss perdiera el apoyo del monarca. En consecuencia, se le prohibió expresamente predicar, dar la comunión y responsos fúnebres. A fines de 1412 Huss se retiró al campo para dedicarse a escribir tratados.
En noviembre de 1414, en el marco del Concilio de Constanza, el emperador Segismundo convenció a Huss para que explicase ante el consejo su doctrina. Huss asistió, siendo arrestado y luego encarcelado por seis meses. Nuevamente Jan Huss comparece ante las autoridades, pero en esta ocasión, se le exige retractarse de sus opiniones.
En julio de 1415 es llevado a la hoguera con un sombrero de burro pintado con demonios y etiquetado como “archi-hereje”, mientras él oraba por sus enemigos.